La nueva educación

Quiero contarles sobre dos días que definieron el resto de mi vida cuando estaba en el colegio.

El primer día fue un sábado. Eran las 7 am. Tenía 13 años y mi papá me inscribió en un curso de programación -para aprender un lenguaje llamado FoxPro-. Recuerdo el olor del viejo tapete sobre la madera, la distribución del salón, el color amarillento de los computadores y la ventana de marco cuadriculado con vidrios de diferentes texturas que permitían algo de visibilidad a la caracas, una pintoresca avenida de Bogotá. No he dejado de programar desde entonces, y espero nunca dejar de hacerlo.

El segundo día fue un martes -¿o un jueves?-. Me hice el enfermo y no asistí al colegio. Pero empecé a leer el libro de física que estábamos usando ese año. Me acuerdo perfectamente del tema: planos y fuerzas. El momento de descubrimiento fue al día siguiente cuando todos mis compañeros se esforzaban por entender el tema que el profesor había intentado explicar el día anterior! No he dejado de auto-aprender desde entonces, y espero nunca dejar de hacerlo.

Sí, los dos días que marcaron mi vida cuando estaba en el colegio fueron dos días en los que no estaba en el colegio.

Hace poco mi hermano me hizo caer en cuenta de algo muy interesante. Cuando estaba en el colegio (y en la universidad), recuerdo cómo esperaba a que llegaran las vacaciones. Sí, todos lo hacíamos, y eso fue lo que no permitió darme cuenta en ese momento. A diferencia de los que esperaban las vacaciones para no hacer nada, yo las esperaba para poder aprender y trabajar en mis propios proyectos. Sé que es algo que para muchos no tiene sentido: esperar las vacaciones para aprender! Pero tiene mucho sentido. Era el único momento donde podía aprender lo que realmente me gustaba, la programación. Nadie me iba a evaluar y no importaba si fallaba o no entendía algo, no había una nota que me desmotivara o frenara mi deseo por aprender. Ese es un privilegio que ahora tengo todos los días. No lo cambiaría por nada en el mundo.

No estoy insinuando que el colegio y la universidad no me aportaron nada. Simplemente no creo que hayan sido fundamentales en convertirme en lo que soy ahora. Al contrario, comparto lo que muchos expresan en el libro “Creatividad: Flujo y la Sicología del Descubrimiento e Invención” de Mihaly Csikszentmihalyi, que el colegio y la universidad amenazaron con extinguir el interés y la curiosidad que había descubierto por fuera de las paredes.

Ahora tengo una hija de tres años y muchos me preguntan si la voy a matricular a un colegio. Algunos me recuerdan que yo fui al colegio y a la universidad, y que no puedo negarle esa posibilidad. Puede que tengan razón. El sistema favorece a aquellos que sacan las notas correctas y que van a los mejores colegios y universidades. Esos son los exitosos. Pero entonces es un buen momento para preguntarse ¿qué es el éxito? Si el éxito es conseguir un buen empleo en donde nos digan qué hacer, entonces quiero evitar el éxito al máximo, no importa en qué empresa sea y cuánto sea el salario.

Por otro lado, estamos atravesando un momento muy interesante en la historia que comenzó con el Renacimiento, pero que es tal vez más importante que el mismo Renacimiento. En este momento es posible aprender casi cualquier tema desde la comodidad de nuestro hogar, es posible crear comunidades con intereses similares que se pueden extender a los 5 continentes. Es posible contactar a casi cualquier persona y colaborar remotamente. Es algo muy parecido a lo que ocurrió con la imprenta de Gutenberg pero multiplicado cientos de veces. Es la verdadera democratización del conocimiento.

Y aunque los colegios se están intentando adaptar a los nuevos retos y las nuevas oportunidades que la tecnología ofrece, todavía necesitan cumplir con los estándares que los gobiernos imponen.

El problema es el siguiente. La mayoría de colegios ha ignorado una premisa básica del aprendizaje que Maria Montessori explica en el libro “La Mente Absorvente”: que la educación es un proceso natural y espontáneo que es llevado a cabo por el individuo. Por alguna razón creemos que si alguien no asiste al colegio será un ignorante por el resto de su vida. Y eso tiene algo de verdad. La mayoría de niños que hoy no pueden asistir a un colegio, generalmente por problemas económicos, están destinados a seguir en la pobreza y en la ignorancia. Pero es importante aclarar que estos niños viven en condiciones muy complicadas y que el principal problema no es que no hayan ido al colegio, el principal problema es la pobreza como tal. Sí, algunos logran salir adelante, pero la gran mayoría cree que sin importar lo que hagan, están destinados a ser pobres. Y abandonan la educación por completo.

Pero ese no es el caso de la clase media y alta. La pregunta es entonces ¿por qué más gente no saca a sus hijos del colegio y les da una mejor educación? Por varias razones.

La primer razón es que muchos padres simplemente no tienen el tiempo para ofrecerles una mejor educación. El colegio se convierte en un espacio donde los jóvenes “están” mientras los adultos trabajan. El hecho de que aprendan algo durante ese tiempo es un valor agregado.

La segunda razón es que la mayoría de padres se encuentran en lo que Robert Kiyosaki y Sharon Lechter llaman la carrera de ratas. Ellos ya asistieron a un colegio, a una universidad y ahora tienen un trabajo de tiempo completo. Ya no tienen que estudiar. De hecho, ya no quieren estudiar! ¿Cómo queremos inculcarles a nuestros hijos un aprendizaje para toda la vida si nosotros mismos no lo hacemos? ¿Cómo esperamos que ellos sean unos creadores si nosotros mismos no nos atrevemos a crear nada? La consecuencia es que muchos padres esperan que sus hijos cumplan sus sueños frustrados pero lo único que están logrando es que sus hijos tengan la misma actitud. Es muy desafortunado que la mayoría de adultos a los cuarenta años, y algunos antes, crean que ya aprendieron e hicieron todo lo que podían aprender y hacer en sus vidas.

La tercera razón es la presión social. Cuando alguien nos pregunta a qué colegio vamos a enviar a Gabriela y le respondemos que no la vamos a enviar a ningún colegio, nos interrogan para ver si hay algún problema. Pero la pregunta importante es por qué ellos van a matricular a sus hijos al colegio. La mayoría de personas nunca se lo ha preguntado, simplemente lo hacen porque los demás lo hacen. Además, alguien ya debió haber pensado eso y decidió que esa era la mejor opción ¿verdad?. ¿Cómo esperamos que nuestros hijos tengan un pensamiento crítico si nosotros aceptamos la mayoría de cosas que nos dicen sin el más mínimo esfuerzo por evaluarlas?

La última razón son los hitos de aprendizaje. Por alguna razón a alguien se le ocurrió que un niño debe saber contar a los tres años, sumar a los 5 y escribir a los 6. Pero ¿de qué sirve saber leer si nunca nos va a gustar la lectura? ¿No sería preferible aprender a leer a los 7, 8 o 10 años y enamorarnos de la lectura por el resto de nuestra vida? Realmente los hitos no importan, lo único importante es que los niños aprendan a aprender. Pero es precisamente lo que los colegios desmotivan. Desde pequeños les dicen qué aprender y qué hacer. Y así crecen toda su vida, sin nada que los apasione, esperando siempre que alguien les diga lo que deben hacer.

El objetivo de la nueva educación es cambiar el paradigma y proponer una nueva forma de pensar en educación. Y ese cambio empieza por cada uno de nosotros. La nueva educación está dirigida a todas aquellas personas, sin importar edad, que han perdido el interés por el aprendizaje; ese interés que tenían durante sus primeros años de vida y que perdieron durante su educación.

← Home
comments powered by Disqus