¡No a la Tauromaquia!

Hace unos años fui a una corrida de toros. No la disfruté ni un segundo. Detrás del elaborado espectáculo se escondía el sufrimiento y la humillación de un indefenso animal que estaba siendo torturado para el divertimento del público. Su mirada reflejaba la agonía y el dolor que estaba sintiendo mientras que los gritos y aplausos de la afición sólo empeoraban la conmovedora imagen. Era claro que el animal sólo estaba buscando una salida para evitar el complejo enfrentamiento.

La euforia del público se hace más intensa en los momentos de mayor crueldad: cuando el toro cae de rodillas – en posición de súplica – y cuando el torero inserta su espada en el lomo del toro destrozando varios de sus organos internos.

A veces me pregunto si la gente no se da cuenta de la crueldad del espectáculo o simplemente la ignoran. No existe una justificación razonable para permitir estas torturas públicas.

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